Páginas

sábado, 29 de junio de 2013

Leyenda: Así nació el Orinoco, Etnia Yekwana, en Colombia y Venezuela



                Al principio del mundo y de los hombres, sólo había un río de agua dulce en la Tierra: Kashishiwari. Wanadi, el Creador, lo quiso así.

                 Las fuentes de Kashishiwari estaban en la montaña divina del Marawaca. Allí fue donde nació todo: el agua, las plantas y los animales. Wanadi creó a los hombres, los creó Yekwana en el Alto Padamo. No había otros hombres en la Tierra...

                 Pero los Yekwana recién creados se morían de sed. No existía agua, el Orinoco no existía todavía. No había más que el Kashishiwari.

                 Los Yekwanas enviaron a Kashishi, la Hormiga Divina del Cielo, a buscar agua en la tierra seca. En el cielo, Kashishi tenía mucha agua.

                 Kashishi dijo que había traído agua a la Tierra; pero estaba muy lejos. Kashishi viajó una luna, dos lunas... Los Yekwana, esperando, morían. A la tercera luna Kashishi llegó a su agua. Era un río grande como el mar, sonaba como el mar, había olas como en el mar. Kashishi indicó a los Yekwana el camino de Kashishiwari. Los Yekwana dejaron de morir de sed. Pero el agua de la vida estaba lejos.

                  Mahamona, el gran brujo, oró a Wanadi. Wanadi, compasivo, trazó con dos dedos de su mano derecha, un gran surco de este a oeste. Cortando en su cabecera al Kashishiwari que bajaba de arriba (norte) abajo (sur), formó al hijo Orinoco y sus afluentes. El agua única del único Kashishiwari comenzó a correr en ese surco divino:

                  Así nacieron el Orinoco y los demas ríos.

                  Todo nació del Kashishiwari. Desde entonces, los Yekwana no tuvieron sed.

                  El Orinoco es un surco del dedo de Wanadi.

lunes, 24 de junio de 2013

Leyenda: El Dueño de la Luz, Etnia Warao, Venezuela

..."el pueblo de las aguas". Por Edo Monagas.     

                          En un principio, la gente vivía en la obscuridad y sólo se alumbraba con la candela de los maderos. No existía el día ni la noche.

                          Había un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de la existencia de un joven dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde estaba el dueño de la luz para que se la trajera. Ella tomó su; mapire y partió. Pero eran muchos los caminos y el que eligió la llevó a la casa del venado. Lo conoció y se entretuvo jugando con él. Cuando regresó a casa de su padre, no traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.

                          La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del dueño de la luz. Le dijo al joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a obtener la luz para su padre. El dueño de la luz le contestó que la esperaba y ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado abrió su torotoro y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos negros de la muchacha. Así, ella descubrió la luz y su dueño, después de mostrársela, la guardó.

                          Todos los días el dueño de la luz la sacaba de su caja para jugar con la muchacha. Pero ella recordó que debía llevarle la luz a su padre y entonces su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre, quien lo guindó en uno de los troncos del palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las plantas y el paisaje.

                          Cuando se supo entre los pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía la luz, los warao comenzaron a venir en sus curiaras a conocerla. Tantas y tantas curiaras con más y más gente llegaron, que el palafito ya no podía soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie se marchaba porque la vida era más agradable en la claridad. 

 Y fue que el padre no pudo soportar tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte manotazo rompió la caja y la lanzó al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el torotoro hacia el Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja que la guardaba surgió la luna. De un lado quedó el sol y del otro la luna, pero marchaban muy rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al cielo, los días y las noches eran cortísimos. 

Entonces el padre le pidió a su hija menor un morroco pequeño y cuando el sol estuvo sobre su cabeza se lo lanzó diciéndole que era un regalo y que lo esperara. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morroco. Así, al amanecer, el sol iba poco a poco, al mismo paso del morroco.

viernes, 21 de junio de 2013

Leyenda Los Cuatro Soles, Náhuatl. México.


Cuando los dioses ya habían creado la tierra, el agua y el fuego, los dioses de la región de los muertos, Mictlán, se pusieron muy contentos por todo lo creado. Sin embargo se dieron cuenta de que el sol no les había quedado bien pues alumbraba muy poquito y no calentaba. Fue entonces cuando se reunieron en consejo para crear de nuevo al sol.

Tezcatlipoca Negro se ofreció para ser el sol y empezó a alumbrar la tierra. Este fue el primer sol o la primera era.

Pero Quetzalcóatl al verlo sintió deseos de ser él quien alumbrara al mundo; corrió hasta donde estaba Tezcatlipoca Negro y lo derribó del cielo con un fuerte golpe. Al caer éste al agua Quetzalcóatl se hizo sol. Este fue el segundo sol.

Tezcatlipoca Negro, que tenía la habilidad de convertirse en tigre, lo derribó de un zarpazo y seguidamente se comió a unos gigantes que vivían en la tierra. Furioso, Quetzalcóatl soltó los vientos y ciclones.

La gente corría asustada, gritaban que si fueran animales tendrían la facilidad de huir a los montes. Y los dioses los convirtieron en monos.

Como ya habían inventado dos veces al hombre, estaban muy desanimados. De repente Tláloc les manifestó que él sería el sol. Y en seguida alumbró la tierra.
Este fue el tercer sol.

Todo parecía marchar bien; más ocurrió que siendo el dios de la lluvia, Tláloc hizo que cayera fuego del cielo convirtiendo a los ríos en llamas que brotaban de los volcanes. La gente corría muerta del susto y gritaba por todas partes que ojalá fueran pájaros para alejarse de ese calor.

Confundidos por el desorden, los dioses transformaron a las personas en gaviotas, golondrinas, tzinzontles y muchas otras aves de diversos colores y tamaños para que se salvaran.

Los dioses se preguntaban que hacer y fue cuando Quetzalcóatl propuso a Chalchiutlicue, diosa del agua, para fungir como astro solar. Este fue el cuarto sol.

Tampoco dio resultado pues sólo hubo inundaciones y lluvias y los hombres pedían ser peces para salvarse. Así los dioses los convirtieron en peces y en todos los animales que existen en el agua de los mares, lagunas y ríos. Como llovió por días y días, el cielo cayó sobre la tierra. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca Negro se convirtieron en árboles para levantarlo.

Los dioses quedaron muy tristes porque habían fallado en su intento de crear al sol y por añadidura, habían acabado con la raza humana.