Graciela Repún (recopiladora), Ilustrado por Rodrigo
Folgueira [1]
Por Ruth Vásquez
¡Ahí va el joven indio Nemec! ¡Ahí va el ñandú!
Nemec va escondido, el ñandú va a carrera abierta.
Nemec lo persigue, siempre a distancia, una distancia que
no puede acortar.
Hace tanto que Nemec persigue al ñandú que ya no desea
alcanzarlo.
El cazador admira a su presa.
Admira su rapidez, la gracia para correr, sus fabulosas
plumas.
Sus lamentablemente fabulosas plumas... Porque por ellas
lo persigue Nemec.
El jefe de la tribu las necesita para renovar su tocado.
Cuanto más bellas plumas de ñandú tenga en el tocado, más
demostrará el jefe su poder.
Y con esa misión ha enviado el jefe a Nemec. Conseguir
plumas de ñandú para un tocado nuevo
Ahora están la presa y el cazador viviendo el drama. Uno
delante del otro, corriendo bajo la noche con más estrellas que haya conocido
el mundo en toda su historia.
O por lo menos eso piensa Nemec.
Pero él no puede distraerse contemplando cada estrella,
como hace cuando está en la tribu.
En las noches de la tribu, él bautiza las estrellas con
nombres inventados.
En el cielo de la tribu, él puede unir una estrella con
otra y descubrir qué animal se dibuja con ellas como vértices.
En la hora de sueño de la tribu, él puede bostezar bajo
las estrellas y abrir grande la boca como para tragarse alguna, haciendo reír a
su hermano más chico.
Pero ahora la tribu está lejos, los que están cercanos
son sus recuerdos.
Lejanas y cercanas estrellas. Lejana y cercana tribu.
Lejano y cercano ñandú que corre delante de Nemec, bajo el cielo de estrellas.
Nemec piensa que nunca va a alcanzar a ese ñandú, por lo
tanto nunca va a regresar a su tribu.
Él tiene la fama de cazador y su orgullo. No puede
regresar con las manos vacías.
Esa noche estrellada va a durar para siempre —piensa
Nemec—. Con el ñandú y él corriendo como parte del paisaje.
Nemec siente un gran agotamiento, corre más lento y se
asombra de que la distancia entre él y su presa no se haga más ancha.
En verdad, la distancia entre ambos se está acortando.
Nemec comprende que llegó el final. El ñandú también está
cansado.
El joven indio prepara su arma sin convencerse de que, en
unos instantes, esa carrera que duró un tiempo sin tiempo, concluya cruelmente.
Pero el ñandú hace su último gesto de maravilla. Levanta
vuelo.
El milagro persiste. Aunque no es su naturaleza surcar
las alturas, el ñandú asciende, con facilidad, hacia lo más alto, se remonta
hasta el firmamento, y se mezcla con las estrellas.
Nemec sigue corriendo y alza sus brazos como para
elevarse también.
Nada sucede.
Excepto que en el cielo hay una constelación nueva.
Nemec no sabe que cuando regrese a su tribu, su fama
resplandecerá.
Ni siquiera lo imagina mientras marcha derrotado pero a
la vez con alivio en la tribu dirán que el único modo en que una presa pueda
escaparse de semejante cazador es desaparecer en el cielo, porque en la tierra,
Nemec no da tregua a nadie.
Y gracias a él, contarán sus nietos y los nietos de sus nietos,
ahora existe la Cruz del Sur.
La Cruz del Sur es ese ñandú inalcanzable que perseguimos
todos lo que vivimos bajo su luz.
Una luz tan lejana como las estrellas y tan cercana como
el cielo de nuestra casa.
[1]
Texto © 2005 Graciela Repún. Dibujo © 2005 Rodrigo
Folgueira. Permitida la reproducción no comercial, para
uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines
sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y
distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
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