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Transcrito por
Ruth Vásquez
Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos
más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano
Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña
toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no
era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de
turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos
la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja
pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de
despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo
teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.
– Menos mal – dijo ella – porque
en esa casa espantan.