Autor: Cristina Moure Santos, escritora argentina
Imagen:Educarte
Transcrito por Ruth Vásquez
Hace ya unos cuantos años, en su finca del sur argentino, acostumbraba pasar las vacaciones de verano un matrimonio con su hijita, Verónica.
La niña acostumbraba pasar largas horas en el amplio parque, entre plantas y hermosas flores a las que consideraba sus amigas.
Un día, junto a un frondoso árbol, descubrió a un pequeño y pintoresco ser que la observaba en silencio. La niña se acercó y se sentó junto a él, el pequeño, que era ni más ni menos que un duende se sintió muy feliz con su compañía y, al poco rato, eran ya grandes amigos.
A partir de ese día Verónica y Joe, que así se llamaba el duendecillo, se encontraban todas las tardes y hablaban y reían.
Cada verano Joe esperaba la llegada de la niña con la misma ansiedad que ella sentía por volver a verlo.
Pasaron algunos años y la niña se convirtió en una hermosa jovencita de la que el pequeño duende se enamoró, aunque sabía que le estaba prohibido amar a alguien que no fuera de su mismo reino.
Un verano Verónica viajó a Europa en viaje de egresada y no llegó a la finca hasta fines de febrero. Apenas estuvo allí fue al parque a ver a su pequeño amigo. La tristeza la invadió al saber que había estado muy enfermo y aún no se recuperaba. Joe se sintió feliz por su regreso, pero aún así, le dijo que muy pronto debería irse y que ya no volverían a verse.
Dijo muchas cosas que ella no comprendió en ese momento, luego le pidió que lo mirara a los ojos y que nunca olvidara esa mirada, porque cuándo volviera a verla estaría frente al hombre de su vida, por último le pidió que le diera un beso de despedida y mientras ella lo besaba desapareció.
Vero se sintió triste por la partida de Joe, pero pensó que seguramente habría vuelto con los suyos y se alegró pensando que sería mucho más feliz entre los demás duendes.
De todos modos el verano ya llegaba a su fin y ella debía volver a Buenos Aires.
Al entrar a la casa sus padres comentaban el accidente que había tenido un compañero suyo de escuela y cómo, cuándo creían que ya no reaccionaría, recuperó milagrosamente el conocimiento.
Vero se alegró por la recuperación de Alex, tal era el nombre del compañero, pero no le dió mayor importancia. Siguió con su vida, al igual que Alex, a quién no volvió a ver hasta muchos años después cuándo se encontraron casualmente, o tal vez causalmente, en el aeropuerto de Ezeiza (Argentina).
Alex, que había estado radicado en España venía a visitar a sus padres por unos días antes de seguir hacia Canadá dónde tenía un contrato de trabajo y Vero salía de vacaciones hacia la Riviera Maya.
A pesar del tiempo que había transcurrido se reconocieron inmediatamente y fue en ese momento cuando Vero, al mirarlo a los ojos recordó las palabras del duendecillo porque, después de tantos años, volvía a ver esa mirada profunda y enigmática que viera en los ojos de Joe el día que se despidió de ella.
Apartó la vista, aunque no le resultó fácil hacerlo y, como todavía faltaba media hora para abordar su vuelo aceptó tomar una copa con Alex.
Hablaron de muchas cosas, la época de secundario, lo que habían hecho durante todo el tiempo que estuvieron distanciados, los antiguos compañeros y, cómo ya estaban llamando para abordar el avión se despidieron no sin antes intercambiar números telefónicos.
Vero abordó el avión, era de noche así que intentó dormir, pero no pudo hacerlo, le resultaba imposible no pensar en Alex, en su mirada, y las palabras que Joe le dijera hacía tantos años repiqueteaban una y otra vez en sus oídos.
Sentía como si hubiera pasado toda su vida esperando ese encuentro, pero era extraño, si bien habían sido compañeros durante todos los años de primaria y secundaria nunca habían sido grandes amigos, tampoco habían tenido, al menos en aquella época, afinidades ni cosas en común.
Hacía una semana que Vero estaba en Playa del Carmen y, por primera vez en su vida, se sentía vacía, como si nada la alegrara. En ese momento volteó y lo vió ahí, parado junto a ella. Se puso de pie y lo miró sin poder articular palabra, Alex sostuvo su mirada mientras decía “sabía que volveríamos a encontrarnos mi niña, estaba escrito”, y la besó larga y apasionadamente.
Aunque luego se dijo a sí misma que era imposible, Vero no pudo evitar pensar, por un instante, que aquél día tan lejano el alma de Joe había ocupado el cuerpo sin vida de Alex, eso explicaría la desaparición de Joe al tiempo que milagrosamente Alex volvía a la vida.
De todos modos eso ya no importaba, fuera Joe o fuera Alex lo amaba con todo su ser y él también a ella.
Hoy día Vero y Alex son una pareja inmensamente feliz.
es un buen cuento
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