Cuento de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra
La
mañana es luminosa, el sol calienta como cuando va a llover en Condorumi.
Todos
los días, muy de mañana, Adelaida, prepara la comida de Chocolate, el mitayo
que maneja a las borregas con ladridos y movimientos de orejas.
El
rebaño ovejuno, su mitayo y la chacrita en la que se ubica su humilde choza son
las posesiones materiales de Adelaida, viuda del que fuera don Filadelfo
Carhuaricra, diligente comunero de Condorumi.
Chocolate,
consume diligente su primera comida de un mate, que de tanto uso y continuo
limpiar ha quedado tan delgado casi como cuenco de cáscara de zambomba. La
segunda comida del día la recibirá al final de la jornada diaria.
El
mitayo, mandón, lleva a su hato a las laderas de la Comunidad, lo conduce a
punta de sonoros ladridos. Abrevan en un arroyo cercano al pantano, vecino del
río seco, que corta el camino al pastizal, por lo que usan el cauce seco como
pasaje. El agua dibuja al mitayo que en un ir y venir de lenguazos va tomando
sus raciones del líquido refrescante; su figura ondula en las aguas revueltas.
El rebaño le lleva la delantera, se da cuenta de su retraso y en galope, al
ritmo del otro retrasado, el pequeño y huérfano corderito al que por eso su
dueña le llamaba el Guachito, imitando al Bayo que tenía su difunto patrón,
cual potro cerreño,