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domingo, 16 de marzo de 2014

La Vanidosa Rosa Negra

Cuento de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra

Don Rosario Florindez estaba orgulloso de su logro, diez años de paciente trabajo, de cultivo dedicado, de cuidados exquisitos en su rosedal. Después de algunos fracasos, ahora habían dado el resultado que perseguía con vehemencia: una planta con flores negras, que la presentó al sétimo premio especial de “Barcelona”, y a la que los expertos le dieron la más alta puntuación frente a más de quinientas plantas presentadas al concurso.
A la entrega del premio asistió con un terno blanco y zapatos del mismo color, y, en el ojal de la solapa izquierda llevaba un botón de rosa negra; su esposa en cambio con un vestido color de oro, llevaba en el pabellón de la oreja derecha una rosa negra recién abierta, que resaltaba teniendo de marco una rubia cabellera.

La premiación, a las mejores rosas de la categoría oficial, estaba prevista para el viernes siete de mayo al mediodía en la Rosaleda del Parque de Cervantes. Un público, selecto, compuesto por devotos al cultivo de rosedales, aplaudió con entusiasmo y aprobación el acto en que fueron premiados los esfuerzos de don Rosario.
La rosa ganadora  en el Concurso Internacional de Rosas Nuevas de Barcelona, era una rosa de exquisita belleza: corola de pétalos cual terciopelo tornasolado que tenue reflejaba los rayos del sol.
Al recibir el premio, pasó en secuencia cinematográfica, por la mente de don Rosario, los
cuidados que prodigaba a las rosas de su rosal, cómo las cortaba de las ramas, en bisel, con sumo cuidado, con tijeras bien afiladas, esterilizadas y cómo las cuidada del oidio, del mildiu, la roya y de los hongos; cómo las custodiaba del granizo, del viento y la helada; de cómo se había documentado científica e históricamente en el difícil cultivar de los rosedales. Se decía para sí, un premio bien merecido por el esfuerzo desplegado.
De vuelta a su rosedal, vio que la rosa negra, vanidosa, se erguía, como mirando por sobre el hombro a las rosas de otros colores: la blanca, de una pureza sin igual, la amarilla de intenso color; la rosada de una púber tenue palidez; la violeta cardenalicia, la roja escarlata, siempre preferida; la de azul turquí, que rivalizaba con el color del cielo, en fin, todas se sintieron desplazadas y heridas en su amor propio.
Sin quererlo, don Rosario, con su premio, había trastrocado el antes clima fraterno que en su rosedal había. Esas rosas estaban tristes.
Una tarde, después de una tenue llovizna y de un sol que declinaba, apareció el arco iris. Las rosas desplazadas iniciaron un juego que siempre jugaban cuando aparecía este meteoro: encontrar su color en el arco. Todas encontraron el suyo, con alegría gritaban su ubicación; y, dejaron su tristeza, menos la negra, que se puso a cavilar.
Después de un largo pensar, la rosa premiada comprendió que poco ayuda al buen vivir la vanidad propia y el desprecio a los amigos, extendió sus ramas y abrazó a las otras rosas, las que sin rencor correspondieron los abrazos.

2 comentarios:

  1. Rtuh gracias por los relatos que envias,son un bálsamo para la oficina cotidiana tan ausente de belleza

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  2. Hermosa historia, un placer leerlo Prof. Goicochea

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