Leyenda de Cajabamba, Cajamarca
Por Antonio Goicochea Cruzado
Imagen Educarte
-Voy a contarle, señor, lo que cuando niño una tarde con
sol y chirapa me contó mi agüelo, lo que su agüelo a él también cuando niño, le
contó.
Esto se lo
cuento a ustedes también.
En estos
lugares, hace muchos, muchísimos años en el ayllu de Hokos[1]
vivían felices los lugareños, sembrando papas, mashuas, ocas, ollucos, quiwicha
y frijoles; y,, criando sus animalitos que eran llamas, vicuñas y luychus.
Porque antes, esos animales también se criaban por acá.
El kuraka
de Hokos, tenía sólo una hija, la muy hermosa Iname, cuya madre muriera
cuando
Iname nació; huérfana de madre, para que
no estuviera sola, le permitían jugar con Waman, un niño del ayllu.
Cuando por
las praderas pastaba sus llamas, el niño
era seguido por Iname; Desde niños jugaron juntos. Juntos comían su fiambre de
charqui, mash’ka, papas y ullucos. Se
distraían viendo a las mariposas revolotear y a los quendis[2]
saborear el dulce néctar de las flores. Y llegado el tiempo en que las miradas
y caricias dejaron el candor angelical de la niñez, en el mes del sol, cuando
las laderas habían florecido y el momento en que sus pechos se oprimieron con
los primeros suspiros de amor, mutuamente se complacieron.
Conocedor,
el kuraka, de que su bella Iname se había interesado por el plebeyo, la recluyó
en su palacio. Fue rodeada de las mayores atenciones. Las mejores tejedoras le
enseñaron el arte de hilar y tejer las más primorosas telas. Rápido aprendió,
pero sus profundos ojos negros volvían a dibujar a su amado en el pukio del que
manaba abundante y cristalinas aguas.
Waman,
ante la ausencia forzada de su Iname, vagaba por las floridas laderas, por los
riscos y peñascos. Cómo juera cóndor pa’ mirar de lualto a mi amada. -Decía, al
ver deslizarse majestuoso por los aires al rey de los Andes.
Todos los
días volvía por los mismos caminos, con sus mismos pensamientos y deseos. Tanto
y tanto que se consumía. El querer ser cóndor lo estaba enajenando.
Iname,
entretanto, tejía un telar multicolor, recordando el perfume y colores de las
flores y los momentos pasados con su hombre.
Una tarde
de chirapa, hecho cóndor de cuello plateado, en raudo vuelo alzó por los aires
a la bella tejedora. El dios Katequil[3]
le había concedido su deseo. Iname no se desprendía de su tejido el que dejaba
una estela de seis colores. Cuando pasaba por el coto de caza de Hokos, el
kuraka, que se encontraba en su deporte favorito, reconoció a su hija, y
enardecido disparó su flecha contra el raptor, dando en el blanco. El cóndor,
herido de muerte, haciendo un arco fue a caer a un pukio de las laderas
vecinas.
Quedó un
arco de siete colores en los cielos de Hokos. Se iniciaba en el pukio del
Palacio y terminaba en el pukio donde yacía el Cóndor Amante. Su sangre, dio el
sétimo color.
El kuraka,
acompañado de sus soldados, se dirigió a
buscar a su hija. En el trajinar vieron que otro arco de colores se había
formado junto al primero. Cuando hubieron llegado, el sol había sido cubierto
por las nubes llegado, los arcos desaparecieron. Tampoco hallaron al cóndor.
Por eso
cuando el sol sale con chirapa se ve a Iname y su amado, recordándonos que para
el amor verdadero no existen barreras de espacio y de tiempo.
-Señor,
así me dijo mi agüelo. Y él se preguntaba si los hijos de nuestros hijos
llegarán a saber que lo que hoy se llama Bellavista[4],
antes se llamaba Kondorkaka[5]
puaquel enamorau que murió de amor. Peña del cóndor dicen se llamaba pué;
y, pueso dicen quen Cajabamba se ven los
inames más buenenques de tuitos los lugares.
Desde niños, inocentes,
cultivaron grande amor,
mariposa y picaflor
les incitaron a querer.
Por Iname, la doncella,
Waman moría de amor;
y en cóndor convertido
por los aires la raptó.
Sintiéndose traicionado
el kuraka, padre amado,
al cóndor y a la doncella
con su flecha derribó.
En días de sol y chirapa,
con multicolor tejido,
Iname nos rememora
lo que fue ese grande amor.
Cajamarca, 25-diciembre-97.
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