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viernes, 24 de octubre de 2014

El acomedido cobrador de microbús por Antonio Goicochea

Cuento publicado en el libro "El Sonido de las Caracoals".
Autor: Antonio Goicochea Cruzado
Imagen: EDUCARTE

Al subir al microbús me extrañó que el cobrador me tomara del brazo y con el mayor cuidado me ubicara en el asiento reservado para mayores de edad y personas con dificultades físicas. Ya sentado cómodamente, limpié mis lentes oscuros que el oftalmólogo me había recetado para cuidar mis ojos a los dos días de haber sido operado de “orzuelo” o chalazión, como ellos lo llaman, luego coloque a mi lado el pequeño tubo delgado de aluminio que había comprado, de la vidriería “El Dorado”, para un arreglo en casa.


-Bajan en el siguiente paradero-, dijo con atiplada voz el cobrador, para hacerse oír por sobre el sonido del altoparlante que llenaba el ambiente con una salsa de moda, y bajaron varios pasajeros.

 –Bajan, bajan, siguen bajando, ya, dale, dale Campeón.

En microbús seguía su ruta y entre subidas y bajadas; y subidas, el vehículo se llenó de tope a tope y el cobrador: -Al fondo hay sitio…, en la última fila van cinco, acomódense señores,
acomódense, por favor-, y veía que se colocaba a mi lado y no permitía que se me dé algún topetón, lo que me extrañaba aún más.

-Bajan en el centro comercial, bajan en la vía, bajan, bajan- seguía el cobrador.

-Bajan en ESSALUD- dijo un pasajero, y yo: –A la siguiente en que baja el señor.

-El chofer detuvo el microbús y bajó el viajante.

-¡Bajan a la siguiente! ¡Buen chófer, tú eres campeón!, detente con cuidado, por favor- dijo el cobrador.

El vehículo se detuvo suavemente y el cobrador me tomó del brazo y con el mayor cuidado me hizo descender.

–Bajan, bajan, pie derecho señor, hay una gradita- y me llevó hasta la acera. Al interior del ómnibus escuché que una señora decía: -¡Así deben de tratar a los minusválidos, pido un aplauso para el conductor y su ayudante!

-           Y se escucharon aplausos y vivas, seguidos de un animado barullo.


Yo seguí caminando como si topeteara en la acera y me guiara con el tubo de aluminio cual si fuera un ciego hasta que el ruido del vehículo dejó de escucharse. No quería romper el hechizo del momento, desusado, por el buen trato demostrado en esta edificante situación.

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