Texto de Antonio Goicochea Cruzado
Imagen: Educarte

En la sobremesa nos dijo que había invitado a desayunar
a una amiga de infancia a la que no veía
desde la primaria, a la que
deseaba agradarla de lo mejor.

A las siete de la mañana la mesa estaba tendida,
que a mamá le gusta
desayunar temprano, servilletas
y mantel blanco, tazas de loza china, paneras con rosquitas, bizcochuelo, pan de yema y por último una
panera vacía que recibiría
las empanadas.
Ceremoniosa, abrió la alacena y para su sorpresa sólo encontró tres empanadas.
“¡Virgencita del Arco! –que así claman las sanmiguelinas cuando se ven en
apuros–
…¿y las empanadas?”.
Francklin, el mayor de los hermanos se apresuró a decir: “¡Yo las he comido!”,
él hablaba así, era el leído de la casa, en cambio nosotros
decíamos “comiu”.
Mamá, intrigada y molesta le inquiría:
“Pero, hijo,
por qué, por qué”, y ya no le salían más palabras.
Franklin, orondo contestó: “Pero,
mamá, ¿no nos decías que
no dejemos
para mañana lo que podemos hacer hoy? Yo lo hice”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario