Rememorando a José María Arguedas
Cuento Antonio Goicochea
Imagen Educarte
Voy
a contarles lo que me sucedió en la escuela cuando se celebraba el centenario
del nacimiento de José María Arguedas. La semana anterior habíamos leído en
clase: Warma Kuyay y hoy teníamos que escribir, sobre este hermoso libro, un
resumen, análisis, ensayo u otro tipo de texto. Todo el mundo empezó a hacerlo,
menos yo, que no sabía cómo iniciarlo. Cuando el profesor, extrañado por mi
actitud, se acercó a mi lado y me instó, amablemente, a emprender mi trabajo,
me decidí a hacer una semblanza imaginándome ser el niño Ernesto que meditaba
de sus amores.
“Ay, noche de luna llena, que en la
quebrada de Viseca, en cómplice claridad me hacen ver con nitidez: Iluminada de luna, aquí en la quebrada, tu silueta, mi
Justina, prendó mi corazón niño.
Justina,
urpicha ingrata, tu boca llama al amor, tus ojos son dos luceros que no me
dejan dormir. Dichoso es el indio Kutu porque lo miras amable, mientras que yo
en tristeza sollozo por tu querer. ¡Ay, cómo miras Justina! ¡Ay, cómo es que te
requiebras! ¡Qué caminando cual urpicha a todos robas suspiros!
Cómo podré yo
explicarme, que entre todos tú me ignores. Mírame Justina mía que si no
lo
haces, me aloco. Cuando estés conmigo alegre ¡ay! dame una miradita, que mi
corazón palpita porque una mirada logre. Si sigues enojadita no me mires, no me
mires, mejor mira por los aires que tú mirar me marchita.
Esas miradas
me alocan, esos suspiros me matan, porque suspiros no quiero, tu buen mirar yo
prefiero.
Lloro Justina
tus desdenes, me han hundido en negra pena, que vengarme de ti quiero, pero no
puedo, no puedo. Y al decir la pacapaca que nunca habrás de ser mía, es la
yerba del olvido socorro en mi desconsuelo.
Para mi alegría, todos aplaudieron después de escuchar
mi lectura.
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