Cuento de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra
La
mañana es luminosa, el sol calienta como cuando va a llover en Condorumi.
Todos
los días, muy de mañana, Adelaida, prepara la comida de Chocolate, el mitayo
que maneja a las borregas con ladridos y movimientos de orejas.
El
rebaño ovejuno, su mitayo y la chacrita en la que se ubica su humilde choza son
las posesiones materiales de Adelaida, viuda del que fuera don Filadelfo
Carhuaricra, diligente comunero de Condorumi.
Chocolate,
consume diligente su primera comida de un mate, que de tanto uso y continuo
limpiar ha quedado tan delgado casi como cuenco de cáscara de zambomba. La
segunda comida del día la recibirá al final de la jornada diaria.
El
mitayo, mandón, lleva a su hato a las laderas de la Comunidad, lo conduce a
punta de sonoros ladridos. Abrevan en un arroyo cercano al pantano, vecino del
río seco, que corta el camino al pastizal, por lo que usan el cauce seco como
pasaje. El agua dibuja al mitayo que en un ir y venir de lenguazos va tomando
sus raciones del líquido refrescante; su figura ondula en las aguas revueltas.
El rebaño le lleva la delantera, se da cuenta de su retraso y en galope, al
ritmo del otro retrasado, el pequeño y huérfano corderito al que por eso su
dueña le llamaba el Guachito, imitando al Bayo que tenía su difunto patrón,
cual potro cerreño,
alcanza al rebaño y lo conduce con seguridad hasta el pasto.
Ya
por la tarde Adelaida se preocupa por su rebaño puesto que ha llovido como
nunca.
Atolladas,
chorreando logo, han regresado las ovejas. Adelaida no escucha el siempre
alegre y sonoro ladrido de Chocolate. Se sorprende de ver al rebaño solo.
Adelaida de un vistazo recuenta a sus animales, sólo falta uno de ellos: El
Guachito.
Guarda
a las ovejas en el corral y se apresta a perseguir al mitayo mañoso, que no
obstante de haber salido bien comido se atrevió a devorar a Guachito.
Adelaida,
con voz lastimera deja escapar estas imprecaciones:
-Gallina que como huevo, aunque le quemen el
pico, tan bien comiu que luenvié al mitayo, y que sihayga comiu al Guachito.
Velay, agarraste maña, te comiste al Guachito, qué mala suerte tuvo este
animalito, su mama murió al parirlo y hoy muere en las muelas de un perro
mañoso. Así es también la vida, el cristiano que vino a este mundo con mala
estrella, la mala suerte lo acompaña siempre.
Adelaida
coge el látigo con el que su Filadelfio azuzaba a su corcel y con el que ella
hoy castigará al mitayo.
-¡Velay, mañoso te volviste!, pero
recibirás tu castigo. ¡Criaré otro mitayo y ojalá no me salga mañoso, decía la
atribulada mujer!
No
imaginaba la arremetida de las aguas cuando en Condorumi se nubló de pronto y
un estruendo de cilindros vacíos rodados por los cielos, llenó los campos,
luego cayó un fuerte chaparrón que lo mojó todo. No sabía que bullanguera la
riada bajó arrastrando todo lo que a su paso encontraba, era el torrente que bajaba en estruendo, no
era el conjunto inarmónico de balidos ovejunos, era un caos que trastocó el
bucólico silencio del prado de Condorumi, el, antes, cauce seco, se había
inundado de turbias aguas, nadie osaba cruzarlo, sin embargo ya era hora que el
rebaño volviera a su querencia. El día avanzaba.
Tan
rápido como había empezado la lluvia, el sol apareció espléndido, pero el río
seguía bajando bravo con sus aguas turbias.
Al
acicateo de los roncos ladridos del mitayo, que ajochaba con empujones de
cabeza al carnero mayor para que se adentrara a la ciénaga. El líder inició el
retorno y luego se atrevieron los demás animales, salvando el obstáculo
volvieron a casa.
Adelaida
no sabía que el guachito, que no tiene mamá que lo saque del atolladero, chapoleaba tanto como le permitieron sus
fuerzas, luchando por salir del pantano y no podía; y, que el mitayo se lanzó
en pos del corderillo, con sus colmillos lo cogió con delicadeza del pescuezo y
a rastras lo sacó a tierra firme, luego de unos momentos de descanso iniciaron
retorno a casa. Con dificultad el guachito se puso en pie y calmo, junto a su
salvador, volvieron.
Adelaida
no sabe todo eso y sigue lamentando su mala suerte, de pronto, divisa ya cerca
de la choza a Chocolate y Guachito que con paso lento van retornando a su
querencia. Arrepentida de su atrevido pensar tiró lejos el látigo, corrió hacia
ellos, acarició al mitayo y a Guachito, les restregó las orejas y hasta les
llenó de besos. Chocolate al calor del regazo de Adelaida, como si adivinara el
atrevido pensar de su dueña, movió la cola y sonrió para sus adentros.
Adelaida,
musitando, no sabía por qué, un yaraví con el que su Filadelfio la enamoró, se
apresura a preparar, con más amor que nunca, la segunda comida para Chocolate.
Jaén,
3 de noviembre de 2012
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