Imagen: EDUCARTE
Es setiembre. El pueblo aguardó un año para volver a gozar de su fiesta patronal.
En el campo deportivo “San Pedro”, el “Once Amigos” de Zaragoza enfrenta al “Círculo Rojo” de la ciudad. A los alrededores, niños y adultos, hombres y mujeres, alientan a sus equipos. La barra de los zaragocinos se distingue por sus blancos sombreros de fiesta.
De pronto se escucha un cohete en El Pabellón.
– ¡La banda, la banda! –grita Santiago. En tropel, de todos los rincones del campo salen los niños y se dirigen por la Tacura al encuentro de “El Obrero”, el camión de don Vitalicio que este año se había devotado en transportar gratuitamente a los músicos.
–¡La banda, la banda!, ¡la banda, la banda! –gritan los niños y el barullo se hace general.
En la Curva de la Tacura se produce el encuentro.
Algarabía. Más cohetes de golpe confeccionados por el maestro Mayanga Gallo, pirotécnico contratado por los mayordomos para los fuegos artificiales de las noches de fiesta.
De encima de los costales y cajones de mercadería, descienden del camión, jóvenes y adultos, delgados
unos, robustos otros, la mayoría de piel cobriza que, con acento costeño, arman un barullo:
–Alcánzame el clarinete. Con cuidado que puedes achatarlo.
–Con cuidado la tuba, un golpe más como en San Pablo y se destroza.
Así van bajando músicos e instrumentos.
–Maestro, aquí tiene un poco de agua pa’ que se peinen estos landosos, con amabilidad y sonrisa en la cara, dice el Soco al director de la banda.
Acicalados, formados en tres columnas y ocho líneas, los músicos ingresan en la ciudad tocando El Cóndor Pasa en ritmo de marcha.
Se han llenado los balcones de la calle Alfonso Ugarte, de señoritas y de señoras curiosas y de algunas chismosas, que con alegría aplauden al paso de los músicos.
Adelantado va el Ureta con tizón en la mano, seguido del Circo que lleva varias docenas de cohetes y que va alcanzándole uno a uno para que lo dispare a discreción.
Orgulloso el Soco, indica la ruta por la que tienen que pasar:
–Vamos por Alfonso Ugarte, maestro, sigue por la Dos de Mayo, dobla por la 28 de Julio, voltea por Miguel Grau, continúa por Bolívar, ingresa a la Plaza de Armas y en el atrio de la iglesia dan su retreta.
La mayoría de los músicos ya ha venido antes, sólo algunos lo hacen por primera vez, entre ellos un niño que lleva una maletita con un banquito plegable; y el de la tarola, un jovencito que, risueño, guiña y piropea a las jovencitas que curiosas se han acercado. La alegría del momento no puede ocultar los celos que sienten los niños lugareños al sentirse desplazados. Abiertamente lanzan sus pullas. El Meyengue, el Paco, el Chino Santiago y los Coshones en coro:
–Costeño culo pequeño.
-Serrano, como papa con gusano, contesta el músiquillo.
Ya en el atrio, los músicos forman un ruedo. De una bolsa pequeña, de cuero, que llevan a la bandolera, sacan sus atriles, los arman y los ubican delante. El niño despliega el banquito y sobre él va a descansar el voluminoso bombo; la maletita va al centro y de ella el maestro saca las partituras, escoge un bajo atado con una liga y la entrega al niño el que a su vez proporciona una hoja a cada músico. Los tres trompetas sólo han recibido una hoja, igual que los clarinetes y los bajos.
En la retreta se tocan valses, boleros, cumbias, mambos de moda, así como algunos clásicos.
Los niños, absortos, miran cómo el trombón crece y se acorta, al rítmico vaivén del brazo derecho del músico; los cachetes inflados de un saxofonista; los labios con huellas circulares de los trompetistas y al robusto moreno que sopla a intervalos al instrumento más grande y raro que hayan visto: la tuba.
–Tóquenme El jarro verde, pide emocionado un circunstante. El maestro busca las partituras, el niño las reparte, los músicos las colocan displicentemente en sus atriles. El maestro da dos golpes de batuta en su atril, hace un ademán de golpearla fuerte y queda en el aire; la banda entera arranca con las notas de aquella canción que tanto encanta a los pueblerinos. Termina la retreta con la marinera “San Miguel”, que se refiere a San Miguel de Piura, pero que igual los payacquinos la quieren.
Ha llegado la banda. Los músicos se dirigen a su alojamiento, después irán a su pensión y los sanmiguelinos esperarán la noche para deleitarse otra vez con su música.
Y la fiesta del Arcángel San Miguel pasará y los niños a la dirección del Santiago o el Meyengue, por la 28 de Julio y la Matanza, con instrumentos de carrizo, tapas de olla y peines, alborotarán a los vecinos.
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