Cuento publicado en el Libro "El Sonido de las
Caracolas"
Autor: Antonio
Goicochea
Imagen: EDUCARTE
Ya lo habían dicho los Ayachi, Condorumi tendría dos años
de sequía; estas afirmaciones las hicieron luego de haber observado las
estrellas, el sol, la luna, el rayo, las piedras, los ríos, los puquiales, las
lagunas, tomando el pulso al futuro. Como siempre los pobladores, unos a favor
y otros en contra de los pronósticos comentaban sus pareceres en los recodos de
los caminos, en la plaza pecuaria, en cada reunión comunal.
Condorumi, era una ladera donde se habían ubicado las
casas, y, unos cerros de bosquecillos seco-montanos, buenos para la cría de
cabras. Los llanos en cambio servían para la cría de ovejas y vacas y para el
cultivo de maíz asociado con frijol y otras menestras.
Con el paso de los días los pobladores de Condorumi se
dieron cuenta que el puquio del que se abastecían de agua para el consumo
humano ya traía menos agua y era necesario madrugar y hacer cola para recoger
uno o dos baldes. La laguna que servía de abrevadero de los animales tenía
menos agua que antes. El cielo ya no presentaba nubes y el sol calentaba más.
Era un cielo azul turquí intenso, sin nubes. Los cultivos se secaban. Para
satisfacer las necesidades de su querida profesora los niños tomaron la
decisión de traer un capacho lleno de agua cada uno además del que traían para ellos.
La pequeña laguna se había tornado verde, sus aguas
espesas hacían daño a los animales, tanto
que vacas, caballos y cabras no
querían tomar esa bazofia y tenían que ser llevados a abrevar al río.
Don Fredesvindo aseguró que hay un promedio mensual de
veinticinco cabras preñadas que se mueren por hambre y sed y otro similar
número de cabritos que no pueden subsistir por la falta de alimento
Pero además, los cabritos que logran resistir están muy
débiles por la falta de lluvia en el campo
Todos recordaban aquel año en que una sequía obligó a
todos los de Condorumi a subirse a los terrenos comunales de la altura, donde,
aunque poca, podían encontrar agua para ellos y para sus animales.
Choco, el mitayo llegó una tarde con seis cabras menos.
Sospechando que Choco se haya vuelto mañoso y matado a los animales, doña
Dolores, después de encerrar en el corral al rebaño caprino, se dirigió a las
quebradas donde pastaba su ganado. El mitayo, moviendo la cola seguía delante,
parando las orejas. Llegaron a lo que antes era el abrevadero natural; y, en
las arenas secas encontró, tiradas, patas al cielo a las seis cabras que
faltaban, todas habían estado preñadas. Doña Dolores, cargando sobre los
hombros los restos de una de ellas, retornó al villorrio a comunicar a sus
vecinos lo sucedido y decirles que podían traer las demás para su beneficio,
sin embargo nadie fue, todos los pobladores tenían similares pérdidas.
Los cultivares se habían puesto mustios. Los maíces no
llegaron a mazorcas y los frijoles colgaban sus hojas marchitas de las plantas
de maíz, secas. El puquio, antes abundante en aguas, ahora dejaba caer sólo un
hilillo de agua con un sabor salino.
Aunque las trojes de la comunidad se vaciaron, no
obstante con reverencia guardaron mazorcas de maíz en wayungas, en cambio los
frijoles eran guardados a la sombra en urpos, mezclados con arena para impedir
el ataque de los gorgojos.
Los ahorros de los pobladores se estaban reduciendo por
la compra de bidones de agua o cilindradas del carro cisterna, cuyo dueño
argumentaba que cobraba caro porque las dieciocho horas que empleaba en la
venida y dieciséis con el regreso, consumían mucha gasolina. Los productos de
pan llevar, de las tres tiendas que en Condorumi había, subieron de precio
La posta médica recibía a niños con insolación, a adultos
con quemaduras solares en los rostros.
Sin embargo los condoruminos quemaron la hierba seca de
los cerros con la firme creencia que el humo se convertiría en nubes y éstas
darían lluvias. Por más que la profesora les decía que eso es imposible, su
prédica caía en oídos sordos.
“Soy pajita de la jalca/ que todo el mundo me quema/pero
el gusto que me queda/ es queidenacer cuando llueva”, cantaban los que tizón en
mano incendiaban las laderas secas.
Dante, un joven estudiante de agronomía pero que
comprendía a los Ayachi, sostuvo que es necesario curar la “fiebre” de la Madre
Naturaleza, que no la lastimemos con más incendios en las praderas. No hay peor
sordo que el que no quiere escuchar y los condoruminos seguían quemando.
El río de abajo, aún con poco agua, ofreció algunas
truchas, las que después se acabaron cuando los campesinos las depredaron con
sus atarrayas cada vez que iban por agua
El presidente de la APAFA, recordó a los asociados que el
año anterior habían tenido una abundante cosecha de papa, así también en todas
las comunidades aledañas, tanto que la papa se puso tan barata, por lo que los
pobladores habían decidido dejarla podrir en las chacras. Pero fue la profesora
que en una reunión de padres de familia, demostró que la papa podría guardarse
sin que se malograra, para lo cual era necesario convertirla en almidón. Había
llevado diez kilos de papa, ralladores que confeccionaron los niños de latas de
conserva desechadas, un trozo de tela rala, tinas y baldes. Padres y madres, en
bateas llenas de agua, rallaron las papas, tamizaron lo rallado; el afrecho fue
reservado para alimentar a los chanchitos que en la pequeña granja aún tenía la
profesora. Dejaron decantar y al fondo de la tina quedó una pasta blanca, la
sacaron y la dejaron decantar en un balde transparente; la secaron y al día
siguiente pesaron y tenían dos kilos de almidón. Con él y maíz morado,
prepararon mazamorra morada que la endulzaron con chancaca del valle. Todos
degustaron lo preparado y convencidos por la práctica, cosecharon sus papas y
la convirtieron en almidón, lo secaron al sol y lo almacenaron a resguardo de
alimañas. Un ejemplo de acciones y pensamiento acertados que en circunstancias
adversas se debe tener en cuenta. Similar conducta debe tenerse ahora en la
escasez.
La reducción en el consumo de alimentos deterioro el
estado nutricional y la resistencia a las infecciones trajo como consecuencia
que los pobladores enfermaran de diversas afecciones. La posta médica se vio
colmada y no tuvo medicinas para atenderlos por lo que recurrían a remedios
caseros.
Los pobladores estaban quisquillosos, por quítame esta
paja, peleaban. Los que se sentían con fuerza migraron a la costa en busca de
mejores oportunidades. Llegaron a engrosar los cinturones miseria de las
ciudades, a pasar hambres, privaciones y penurias. Pronto las emisoras de radio
y televisión al igual que los periódicos hicieron conocer de situación de
pobreza extrema en que ellos vivían.
En Condorumi, don Ignacio La Torre, el rosariero,
promovió una procesión de la Virgen de la Asunción por las chacras, con
cánticos y rezos pidiendo lluvias. Los evangélicos, nazarenos, bautistas y los
testigos de Jehová se reían de esas muestras de fe, devoción y contrición. Los
pobladores en asamblea comunal acordaron utilizar los alimentos en forma
racionada para abastecerse durante el tiempo que dure la sequía, aunar
esfuerzos con sus vecinos en la solución de problemas inmediatos y comunicar a
las autoridades sobre el rigor de la sequía.
Cursaron memoriales a la subprefectura, sin embargo no se
tenía ninguna respuesta. Sólo cuando desde la costa se cubrió la noticia de los
campesinos migrantes y las miserias que pasaban, es que el gobierno envió ayuda
a Condorumi. Por la polvorienta trocha llegaron dos tanques cisterna para
asistir con el líquido elemento a pobladores y animales que famélicos
desfallecían y en dos camiones, agua embotellada; completaba la caravana
salvadora dos camiones con comestibles y una ambulancia con medicinas, médico,
enfermera y un técnico médico y semillas.
Los Ayachi, sacerdotes andinos, interrogaron a las
estrellas, tomaron el pulso a la tierra. En los Andes, el clima, que es la
manera de mostrarse de los ciclos cósmicos y telúricos, es sumamente variable e
irregular, sin embargo se anunciaba dentro de poco algunas lluvias. Ellos
subieron a Condorcaca, el cerro tutelar de Condorumi, llevaron coca, licor,
cigarros y comida para en conjunto congraciarse con la naturaleza y pedir
mejores tiempos.
Se habían cumplido los dos años, coincidiendo con las
fechas se presentaron las lluvias, los niños famélicos observaban cómo las
primeras gotas se perdían en las tierras secas o evaporándose en un cálido
ambiente que empezaba a humedecerse.
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