Traducida y adaptada por Jorge Contreras
Nuestra casa estaba justo al cruzar la calle de la entrada de la clínica del Hospital Johns Hopkins en Baltimore. Vivíamos en la parte de abajo y alquilábamos las habitaciones de arriba a los pacientes que venían a la clínica.
Una tarde de verano mientras preparaba la cena, alguien tocó a la puerta.
Al abrirla, vi a un hombre de aspecto verdaderamente horrible. "era apenas más alto que mi hijo de ocho años de edad," pensé mientras lo miraba como encorvado y con el cuerpo encogido. Y lo más terrible era su cara torcida con una hinchazón, roja y cruda.
Sin embargo, su voz sonó agradable cuando dijo: "Buenas noches. Siguió diciendo: He
venido a ver si tiene una habitación por sólo una noche. Llegue para un tratamiento esta mañana, desde la costa este, y no hay ómnibus hasta mañana."
Me dijo que había estado buscando una habitación desde el mediodía, pero sin éxito, nadie parecía tener una habitación. "Supongo que es mi cara (agregó), ... Sé que parece terrible, pero mi doctor dice que con unos pocos tratamientos mas ..."
Por un momento dudé, pero sus siguientes palabras me convencieron: ". Me podía dormir en la mecedora en el portico, y agregó "mi autobús sale temprano en la mañana."
Le dije que le iba a encontrar una cama, antes que dejarlo descansar en el portico. Entré en la casa y termine de preparar la cena.
Cuando termine la cena, le pregunté al anciano si quería unirse a nosotros. "No, gracias. contestó, Estoy satisfecho." Y se levantó con una bolsa de papel marrón.
Cuando terminé de lavar los platos, salí al portico a hablar con él unos minutos. No pasó mucho tiempo para darme cuenta que este anciano tenía un corazón de gran tamaño lleno de vida en su pequeño cuerpo. Me dijo que era pescador, que pescaba para ganarse la vida, para mantener a su hija, sus cinco hijos y a su marido que estaba irremediablemente mutilado de una lesión en la espalda.
Lo que dijo, no me lo contó en tono de queja, de hecho, cada frase fue precedida de un agradecimiento a Dios por su bendición. Estaba agradecido de que no tenía dolor con su enfermedad, que al parecer era una forma de cáncer a la piel. Dio gracias a Dios por haberle dado fuerza para seguir adelante.
A la hora de dormir, pusimos un catre en la habitación de los niños para él.
Cuando me levanté por la mañana, la ropa de cama estaban cuidadosamente doblada y el hombre estaba en el portico. Se negó a aceptar desayuno, pero justo antes de irse a su autobús, vacilante, como si estuviera pidiendo un favor, me dijo: "¿Podría por favor volver y quedarme la próxima vez que tenga un tratamiento? No quiero ocasionarle inconvenientes, bien puedo dormir en una silla ".
Se detuvo un momento y luego añadió: "Tus hijos me hicieron sentir como en mi casa. A los adultos les molesta mi cara, pero a tus niños no parecio importarles."
Le conteste que sería bienvenido de venir otra vez.
Y en su próximo viaje llegó un poco después de las siete de la mañana. Como regalo, trajo un gran pez y un cuarto de kilo de las más grandes ostras que había visto nunca. Dijo que las había extraido del mar por la mañana, antes de salir para que estuviera bien y frescas.
Yo sabía que su bus partía a las 4:00 a.m., y me preguntaba a qué hora tenía que levantarse para pescar y hacer esto para nosotros. En los años que siguieron, vino a pasar la noche con nosotros con frecuencia, y nunca hubo un momento en que nos dejara de traer pescado y ostras o vegetales de su jardín.
Otras veces recibimos sus paquetes por correo, siempre como entrega especial, pescado y ostras empaquetadas en una caja con espinaca fresca o col, cada hoja cuidadosamente lavada. Sabiendo que tenía que caminar tres kilómetros para enviar sus paquetes, y sabiendo el poco dinero que ganaba, los regalos los considerábamos doblemente valiosos.
Cuando recordaba estos envíos a menudo pensaba en un comentario que nuestro vecino de al lado hizo después de que el saliera la primera mañana,
"¿Ha mantenido usted a ese hombre horrible anoche? Yo lo rechace!
Puedes perder inquilinos si se dan cuenta que colocas a este tipo de personas!"
Quizás nos perdimos algún inquilino una o dos veces.
Pero, ¡oh! Si tan sólo pudieran haberlo conocido, tal vez su enfermedad "habría sido más fácil de soportar.
Sé que nuestra familia siempre estará agradecida de haberlo conocido;.
De él aprendimos lo que era aceptar el mal sin protestar y aceptar el bien, agradeciendo con gratitud a Dios.
Hace poco estaba visitando a un amiga que tiene un invernadero, y ella me enseñaba sus flores, llegamos así a la planta más bella de todas, un crisantemo dorado, lleno de flores. Para mi sorpresa, sin embargo, este estaba creciendo en un deposito abollado, en un balde oxidado. Me dije para mí misma: "Si esta fuera mi planta, la pondría en el macetero más hermoso que tuviera!" Mi amiga sin embargo me dijo algo que me haría cambiar de opinión.
"No tenia un deposito donde ponerla", me explicó, "y sabiendo lo hermosa que sería esta planta, pensé que no le importaría empezar en este viejo balde. Que era sólo cuestión de tiempo, hasta que se pudiera ponerla en el jardín."
Comprendí algo y me reí con tanto deleite, que creo que ella hasta ahora se preguntará por qué me reí, y yo, lo hice porque estaba imaginándome un escenario en el cielo.
"He aquí todo hermoso," Dios podría haber dicho cuando llegó al alma del viejo y dulce pescador,
"A el no le importaría ni su cara horrible ni su pequeño cuerpo, A el le importaría lo que su corazón llevaba dentro."
Todo esto sucedió hace mucho tiempo, y hoy, en el jardín de Dios, esa alma está a la altura a la que debe mantenerse por siempre.
El Señor no mira las cosas que el hombre mira.
"La gente se fija en las apariencias, pero el Señor mira el corazón."
(1 Samuel 16:07 b)
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