Cuento: Es que
somos muy pobres
Del Libro: El
llano en llamas
Imagen Educarte
Transcrito por
Ruth Vásquez
Habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza,
comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la
cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de
repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder
aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos
arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo
quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir
doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se
la había llevado el río. El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la
madrugada.
Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía
el río al arrastrarse me hizo despertar enseguida y pegar el brinco de la cama
con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el
techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del
río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.
Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y
parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del
río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el
olor a podrido del agua revuelta.
A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido
sus orillas.
Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba
metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El
chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros
por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de
río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún
lugar donde no les llegara la corriente.
Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se
debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el
solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo.
Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la
gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas
las que ha bajado el río en muchos años.
Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel
amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy
por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin
cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque
queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran
ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que
quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca,
donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho.
Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la
Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló
para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy
bonitos ojos.
No acabo de saber por qué se le ocurriría a La Serpentina
pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a
diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de
haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás.
A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la
puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día
entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a
las vacas cuando duermen.
Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se
le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas.
Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al
volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura
como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran.
Bramó como sólo Dios sabe cómo.
Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el
río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre
dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas
arriba muy cerquita de donde él, estaba y que allí dio una voltereta y luego no
volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban
muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar
leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que
arrastraba.
Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se
fue detrás de su madre río abajo.
Si así fue, que Dios los ampare a los dos.
La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder
el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá
con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una
vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un
capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos
hermanas, las más grandes.
Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos
muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran
rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor,
que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien
los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían
hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo
esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas
y cada una con un hombre trepado encima.
Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó
todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera
para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de
pirujas.
Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la
Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que
se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con
qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno,
que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca
era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con
ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.
La única esperanza que nos queda es que el becerro esté
todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre.
Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de
retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.
Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle
unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca
ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy
obedientes y no le cometían irreverencias a nadie.
Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría
a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a
todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle
una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que
piensa en ellas, llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos."
Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La
peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y
crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus
hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.
-Sí -dice-, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que
la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal.
Ésa es la mortificación de mi papá.
Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la
ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el
río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de
agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende.
Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al
que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse
todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene
de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de
arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar
a trabajar por su perdición.
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