Antonio Goicochea (Tradición)
Imagen Educarte
En Canchán,
donde pacen alegremente ovejas y cabras,
cuenta la profesora que un anciano le refirió un suceso de no hace muchos
años del que fuera testigo y que ahora lo cuento.
Un hombre había ido con su familia, su esposa y sus cuatro hijos,
el menor de pechos, a la celebración de un landaruto en Tayapampa, distante unos cuatro kilómetros. De regreso, a media noche, a la luz de una linterna de kerosene, observaron que a la puerta de la casa,
cual si fuese una guardiana,
estaba enroscada, en el piso, una culebra de más o menos dos metros.
El hombre hizo que todos los de la familia retrocedieran, sin quitar la vista de la culebra; ya lejos prendieron una fogata. La culebra había levantado la cabeza y la hacía girar como un periscopio, mirando a su
alrededor. Cuando tenían suficiente
candela, cada uno, a excepción del
pequeño, tomó un tizón y todos se acercaron a la puerta de la casa.
La culebra, sigilosamente, inició la retirada. Sobre el suelo fue
dejando un camino zigzagueante hasta llegar a un
gigante.
Los familiares
transportaron la fogata y la colocaron
alrededor del gigante, circundándolo. Parecía que la culebra se achicharraría, de
pronto se empinó sobre su cola y saltando por encima de las llamas,
salió del círculo de fuego y se alejó con un sonido metálico. El atávico
temor que se siente ante las culebras
y a la noche oscura les invadió a manera de escalofríos; asustados miraron por dónde enrumbaba y sólo alcanzaron a ver, iluminada
por la fogata, una cadena de oro que sonora se alejaba.
Repuesto del susto, el hombre dijo:
–Es la malhora, vamos pa’ dentro-.
Apagaron los tizones y el lamparín. Un silencio profundo los acompañó toda la noche.
Al siguiente
día vieron un huella zigzagueante,
de una cadena, dejada en el polvo del camino que llegaba hasta los tunales.
Landaruto: Corte de primer pelo de un niño; fiesta familiar.
Gigante: Cactus de
troncos de forma de prismas
pentagonales, que crece en la zona.
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