Antonio Goicochea
Tradición
En Yamalán, comunidad
del distrito y provincia de San Miguel, se cuenta que un anciano fue testigo de lo que refiero y que él cada vez que tenía la oportunidad lo hacía.
Los rayos del sol atravesaban las aguas cristalinas e iban a iluminar
las redondas
y coloreadas piedrecitas del arroyo, que parecían
moverse al paso de las aguas.
Una culebra
que a poca distancia
tomaba el sol sobre una roca plana, que parecía un batán, abrió
sus mandíbulas y dejó dos pequeñas
bolitas negras, como frutos de molle; miró en derredor y luego zigzagueando bajó hasta el arroyo. Tomó agua pausadamente, por el cuello
se veía los abultamientos que hacía el agua al pasar a su vientre.
Un gallinazo
que por allí pasaba, dio unas vueltas y bajó a tierra,
sigiloso se acercó a la roca plana, tragó las dos bolitas negras y alzó vuelo.
Saciada su sed, la culebra, con calma, retornó a la roca. Buscó lo que había dejado, al no encontrarlo buscó alrededor de la roca y en lugares cercanos. Decepcionada,
subió de nuevo, miró a su alrededor
y alzándose sobre su cola se golpeó fuertemente. En la piedra se golpeaba la cabeza y la cola y siguió así, golpe tras golpe hasta desvanecerse.
Al día siguiente
encontraron a un gallinazo
muerto río abajo atascado entre piedras y palos.
Y el anciano decía:
–Las culebras cuando van a tomar agua dejan siempre su veneno afuera pa´ no envenenarla. Lástima pue que a esta culebra
le haiga ganau el gallinazo. Pero como se ve el shingo también recibió su castigo. Así es pue.
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