Andrés Díaz Marrero
(Dedicado a la escritora portorriqueña, Isabelita Freire
Vda. de Matos Paoli)
Por Ruth Vásquez
Hace mucho tiempo existía un lejano lugar en donde nadie
dormía. Ni grandes ni chicos, ni varones ni hembras dormían. En fin, lo que se
dice nadie. ¡Nadie dormía! Durante el día los mayores trabajaban y los más
chicos estudiaban y jugaban como es costumbre. Al anochecer se sentaban o se
acostaban a descansar, pero, eso sí, sin dormir un sólo instante, porque a
pesar del cansancio no lograban hacerlo. El tiempo de la noche lo pasaban
conversando. Los adultos eran más conversadores que los niños, que por haber
jugado mucho durante las horas del día sólo sentían deseos de tararear alguna
que otra canción. Así que, tanto los mayores como los chicos, terminaban con un
enorme aburrimiento; bien sea mirando al techo o contemplando fijamente la
triste superficie de las paredes. Los adultos terminaban hinchados de silencio;
porque después de hablar, hablar y hablar se les cansaba la lengua y las
palabras se negaban a salir de sus bocas. Todo esto ocurría en el transcurso de
la noche. Y como sabemos que detrás de cada día llega la noche, bien podemos
imaginar como se sentían.
Cierto día, los
vecinos, decidieron consultar su problema con doña Esperanza; quien vivía al
otro lado de las montañas. Ella, al contrario de sus vecinos, a la llegada de
cada noche, dormía con placidez. Aunque, a decir verdad, no sabía cómo lo
lograba; ni podía explicarlo. Doña Esperanza tenía fama de ser la abuela más
sabia de aquella región. Ya que, había adquirido su sabiduría del mucho tiempo
que había vivido, de los buenos libros que leía y del contacto directo con la
naturaleza. Ella se pasaba estudiando la vida de los pájaros, las costumbres de
los animales y el uso de las plantas medicinales para conservar la salud. Luego
de haber escuchado la preocupación de sus amigos, como no sabía la respuesta se
propuso encontrarla. Por tres noches consecutivas se retiró al campo. Allí en
la tranquilidad y recogimiento que éste ofrecía, estuvo observando a los
animales para ver como pasaban las noches sin aburrirse. Descubrió que cuando
éstos iban a descansar buscaban un lugar cómodo, se echaban en él y cerraban
los párpados. De esta forma pasaban la noche con una dulce serenidad.
Doña Esperanza le llevó la noticia a sus vecinos,
quienes, luego de escuchar su explicación, le prometieron que a la hora de
retirarse buscarían un lugar cómodo y cerrarían los ojos, tal como ella les
había indicado. Así lo hicieron. Pero, no se les quitó el aburrimiento. Cada
uno estaba igual que al principio, soberanamente aburrido, con la diferencia de
que, esta vez, lo estaban con los ojos cerrados. Apenas hubo madrugado, los
vecinos fueron al hogar de doña Esperanza y le contaron lo que les había
acontecido. Doña Esperanza regresó al campo a observar nuevamente a los
animales mientras dormían. Trató de hablar con los que tenían los ojos
cerrados, pero algunos ni siquiera la oyeron de lo dormidos que estaban; otros
se despertaron enfadados por haberles sido interrumpido el sueño. Se disculpó
con ellos. A los que no se enfadaron les hizo varias preguntas, pero ninguno pudo
explicarle cómo era que cerrando los ojos lograban evitar el aburrimiento. Para
no incomodar a los que volvieron a cerrar sus párpados, y, para no despertar a
los que no la escucharon la primera vez, se alejó despacito y silenciosa del
lugar. Caminó hacia la ribera del río, y allí se sentó a meditar.
Fue entonces,
cuando vio la lucecita de un cocuyo, y escuchó la voz más dulce que en su vida
había escuchado.
-Yo tengo la solución a tu problema- le dijo el cocuyo.
-Me sentiría feliz si me la dijeras; pues, con ella mis
amigos se pondrían muy contentos.
-La felicidad más grande es la que se consigue haciendo
feliz a los demás. La felicidad es como mi lucecita; que brilla más cuando los
niños buenos y los adultos nobles me miran con cariño.
-Pero, ¿y la solución?
-¡Ah!, ¡sí, La solución! Bien, la solución es poseer el
don de la fantasía y el ensueño.
-¿El don de qué?
-De la fantasía y el ensueño
-¿Dónde lo puedo conseguir?
-Pon tus manos debajo mis alas, cuando las agite,
recibirás en ellas el polen de los ensueños y de la fantasía. Lo he recolectado
de las flores que en las noches se bañan con el polvo de las estrellas y se
perfuman con la fragancia de los rayos plateados de la luna. Úntaselo en los
párpados a tus amigos y los verás soñar... -¡Soñar! -suspiró La abuela
entusiasmada, a lo que el cocuyo añadió -Soñar es la magia de la vida. Es ver
hacia adentro de uno mismo, dejando que la imaginación recorra libremente cada
célula de nuestro cuerpo. Es dejar libre a la fantasía para que nos alegre el
corazón. El cocuyo hizo vibrar sus alas; y la abuela recogió en sus manos el
polen de la fantasía y el ensueño. -Gracias por tan hermoso regalo. Se lo
llevaré enseguida a mis amigos. -El cocuyo apagó y encendió su lucecita varias
veces en señal de agrado, y se marchó. Y fue así, como los habitantes de aquel
lugar conocieron el sueño.
Desde entonces, los niños sueñan con caminos de
estrellas y con mundos nuevos de aventuras. Los mayores sueñan con el amor, la
alegría y la paz. Doña Esperanza también sueña; trabaja y sueña, estudia y
sueña. Sus vecinos la llaman Poeta, porque a diario está buscando la forma de
convertir esos hermosos sueños en realidad.
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