Tomado de Falsaria
Transcrito por Ruth Vásquez
Algunos dicen que para ser un escritor
solo hace falta eso, escribir.
Otros, un poco más apocados, plantean
reglas, métodos, dinámicas de trabajo o, como mínimo, leer un libro (como
mínimo) al mes. No cualquier libro. Como sea, escribir, o escribir bien, es, a
gusto de quien teclea estas líneas, la ciencia de la paciencia. Y como
toda ciencia es bueno tener algunas pautas interesantes a la hora
sentarte y plasmar sobre el pape (o pantalla) tus primeras líneas.
En este sentido, Augusto Monterroso
nos da diez (o doce) concejos para tener en cuenta.
Primero.
Cuando
tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo.
No
escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para
tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso,
pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero.
En
ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: “En literatura no hay
nada escrito”.
Cuarto.
Lo
que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una,
con una. No emplees nunca el término medio; así, jamas escribas nada con
cincuenta palabras.
Quinto.
Aunque
no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el
artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha
con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto.
Aprovecha
todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el
primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos
escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o
ganar tanto como Bloy.
Séptimo.
No
persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta
el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de
vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo.
Fórmate
un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los
poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que
emana de estas dos únicas fuentes.
Noveno.
Cree
en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree;
cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede
acompañar a un escritor.
Décimo.
Trata
de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es
tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente
lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
Undécimo. No olvides los sentimientos de los
lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de
ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.
Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor
escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más
refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas
para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la
calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
El autor da la opción al escritor, de
descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.
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